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‘Estado eléctrico’, la megaproducción más costosa de Netflix y también la más desastrosa: monótona, carente de creatividad visual y con un elenco menos carismático que las máquinas.

today17 de marzo de 2025 1

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‘Estado eléctrico’, la megaproducción más costosa de Netflix y también la más desastrosa: monótona, carente de creatividad visual y con un elenco menos carismático que las máquinas.

Se ha lanzado en la plataforma de ‘streaming’ la nueva producción de los hermanos Russo, quienes evidencian que, fuera del Universo Marvel, tienen escaso que ofrecer.

Si algo define la última década en Hollywood es su capacidad para desperdiciar el talento de una generación de cineastas emergidos del cine independiente. A través de franquicias como Marvel o Star Wars, la industria los ha absorbido, convirtiéndolos en simples piezas del sistema, despojados de la identidad y originalidad que los caracterizaba en sus inicios.

Este es el caso de los hermanos Russo, Anthony y Joe, quienes debutaron con Bienvenidos a Collinwood—una simpática comedia negra que reversionaba Rufufú—y continuaron explorando el humor ligero con Tú, yo y ahora… Dupree. Tras una etapa dirigiendo series, en 2014 dieron el salto al Universo Marvel con Capitán América: El soldado de invierno.

Los Russo iniciaron su andadura en Marvel con buen pie, aportando un tono más maduro que parecía marcar una evolución en la franquicia. Sin embargo, esta promesa resultó ser un espejismo y pronto quedaron atrapados en la maquinaria del cine espectáculo desmedido.

Los hermanos Russo más allá de Marvel.
¿Fue Marvel quien absorbió a los Russo o, en realidad, nunca tuvieron más que ofrecer fuera de su engranaje? Más allá de los blockbusters que los llevaron a la cima—Capitán América: Civil War, Vengadores: Infinity War y Vengadores: Endgame—, ¿han demostrado algo más que su capacidad para orquestar eventos cinematográficos colosales para los fans?

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Más allá de las franquicias, los hermanos Russo han buscado forjar su propio camino con proyectos independientes, aunque con resultados discutibles. Llevaron a la pantalla la historia de Tyler Rake a partir de una novela gráfica, distorsionaron la esencia del libro de Nico Walker en Cherry y han dirigido dos películas que, de no haber existido, pocos habrían notado su ausencia.

La primera fue El agente invisible, un caótico thriller de espionaje protagonizado por Chris Evans, Ryan Gosling y Ana de Armas. La segunda, Estado eléctrico, es otra adaptación, esta vez de la novela de ciencia ficción futurista de Simon Stålenhag, con Millie Bobby Brown—inquebrantable en su vínculo con Netflix tras el éxito de Stranger Things—y un Chris Pratt cada vez más deslucido y prescindible.

La película llegó con varias etiquetas: la producción más cara de Netflix y un rodaje marcado por controversias, incluida la trágica muerte de un miembro del equipo. Sin embargo, dejando a un lado las polémicas, el resultado final es desastroso. Cuesta comprender cómo se han invertido más de 300 millones de dólares en un producto tan monótono, carente de creatividad, con personajes humanos antipáticos y sin un rumbo claro.

La tendencia de las películas sobre los riesgos tecnológicos.

Pongamos todo en contexto. Estado eléctrico se suma a la ola de películas que exploran las implicaciones de la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana. Muchas de ellas buscan reflexionar sobre cuestiones como la identidad, la deshumanización o los peligros de delegar en exceso nuestras responsabilidades a las máquinas y las nuevas tecnologías con las que coexistimos.

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Dentro de este género, encontramos propuestas recientes como The Creator, cuyos conceptos están presentes en Estado eléctrico, aunque sin su trasfondo político y, por supuesto, sin su ambición artística.

La trama se sitúa en un mundo posterior a una guerra provocada por los robots, quienes exigían derechos y libertad en lugar de estar subordinados al ser humano, algo que, previsiblemente, nuestra especie no estaba dispuesta a conceder. En este contexto, una poderosa corporación liderada por un megalómano (Stanley Tucci) aprovecha el conflicto en su propio beneficio, logra desterrar a los robots y monopoliza la energía y las comunicaciones. Como era de esperar, este villano resulta ser una caricatura sin matices.

En este escenario aparece Michelle (Millie Bobby Brown), una adolescente conflictiva que perdió a su familia en un accidente de tráfico, incluido su hermano pequeño, Christopher (Woody Norman), una mente brillante y fanático de Kid Cosmos, un personaje televisivo robótico cuya serie fue cancelada tras la guerra.

Una aventura sin alma ni emoción.

El giro llega cuando un robot Kid Cosmos contacta con Michelle asegurando ser su hermano. Así comienza un viaje a través de un mundo casi apocalíptico—con un diseño visual sorprendentemente insípido—en busca del verdadero cuerpo del muchacho. En el camino, reciben la ayuda de un pícaro (Chris Pratt) que también posee un robot (algo prohibido) y de las máquinas marginadas tras la contienda.

Lo que podría haber sido una historia de aventuras ágil y entretenida se convierte en un caótico pastiche donde lo menos preocupante es la falta de una reflexión real sobre el conflicto humano vs. tecnológico. Lo verdaderamente frustrante es lo insípido y tedioso del relato: un ritmo plano y carente de energía, una narrativa desordenada, escenas innecesariamente extendidas sin justificación, un elenco sin carisma (los robots resultan más expresivos que los actores) y, lo más imperdonable para una cinta de ciencia ficción, la absoluta falta de imaginación visual. A pesar del abultado presupuesto, la película se aferra a una estética anticuada y sin personalidad.

Escrito por Veronica Gómez

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